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La facultad de engendrar es como una participación del poder creador de Dios, de la misma manera que la inteligencia es como un chispazo de luz del entendimiento divino. No ceguéis las fuentes de la vida. ¡Sin miedo! Son criminales –y no son ni cristianas ni humanas– esas teorías que intentan justificar la necesidad de limitar los nacimientos con falsas razones económicas, sociales o científicas que, en cuanto se analizan, no se tienen en pie. Son cobardía, hijos míos; cobardía y afán de justificar lo injustificable.

Es de lamentar que esas ideas procedan muchas veces de casuísticas, planteadas por sacerdotes y religiosos, que se entrometen imprudentemente donde nadie les llama, manifestando en ocasiones una curiosidad morbosa y demostrando que tienen poco amor a la Iglesia –entre otras cosas–, porque el Señor ha querido poner el sacramento del matrimonio como medio, para el crecimiento y extensión de su Cuerpo Místico.

No dudéis de que la disminución de los hijos en las familias cristianas redundaría en la disminución del número de vocaciones sacerdotales, y de almas que se quieran dedicar de por vida al servicio de Jesucristo. Yo he visto bastantes matrimonios que, no dándoles Dios más que un hijo, han tenido la generosidad de ofrecérselo a Dios. Pero no son muchos los que lo hacen así. En las familias numerosas es más fácil comprender la grandeza de la vocación divina y, entre sus hijos, los hay para todos los estados y caminos.

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